Esta reflexión fue escrita para ser publicada el 8 de marzo del 2020: “Dia de la mujer” y feriado legal en el Estado Federado de Berlin desde el 2018. ¡Nótese! no es el día de la madre, sino el día de la MUJER.
Una delicada intervención quirúrgica para extraer un tumor de mi cerebro postergó la publicación en mi blog, pero aquí estoy con nuevas energías gracias a las mágicas manos de la espectacular neurocirujana PD Dr. Yu-Mi Ryang, Médico Jefe de la Sección Neurocirugía en la Helios Klinikum Berlin-Buch. Un estupendo sistema de rehabilitación me ha permitido estar laboralmente activa otra vez y poder participar en el debate que se está generando en torno a la constitución y la inclusión de género en el país del cual aún soy connacional. Me fui hace más de 30 años justamente, porque no había un espacio para mi desarrollo personal y tampoco estaba demasiado convencida del paso efectivo a una democracia en Chile. Algo de doble fondo en la transición-negociación me hizo sospechar que no podía llegar a feliz término dicho proceso de reconstitución de una democracia y mucho menos de un estado de derecho sobre la base de la Constitución de 1980. Diversos acontecimientos desde 1990 hasta el estallido social del pasado octubre del 2019 han confirmado lamentablemente mis aprehensiones de aquel entonces. Un gran tema en los debates apunta a la igualdad y la inclusión del género; o mejor dicho de los “géneros”.
Seguramente la mayoría de las mujeres de mi generación (1962) leyeron alguna vez Mujercitas (Little Women; 1868) de la escritora norteamericana Louisa May Alcott (1832-1888). Hubo muchas adaptaciones cinematográficas (George Cukor, 1933; Mervyn Le Roy, 1949; Gillian Armstrong, 1994 e.o.) y la última de Greta Gerwig (2019) tiene un toque emancipador y emancipante a pesar de reafirmar muchos aspectos del patriarcado. El relato, ambientado en New England hacia finales de la guerra de secesión (1840-50), narra el proceso de convertirse en mujeres de cuatro hermanas en el marco de un ambiente algo victoriano de una familia sin demasiados recursos económicos. La narración pone énfasis en los valores y la moral en una época de construcción de la nación. Las protagonistas son niñas “muy cuidadas” y “de su casa” en el marco del patriotismo de un país dividido por una guerra civil. Cada una de estas chicas es a su manera una heroína, lo cual permite al lector (a) y/o espectador (a) el establecimiento de procesos de identificación a partir de cuatro patrones de género que siguen siendo vigentes. Josephine: el espiritu rebelde y mujer emancipada, que se gana la vida como escritora en un mundo de hombres. Es decir no es una “mantenida” ni una mujer sometida a la patria potestad del padre o marido como se estilaba en una época sin demasiado espacios laborales para la mujer. Margaret: la bella y abnegada esposa y madre, es dueña de casa y debe sobreponerse a sus propias inclinaciones para velar por la economía familiar y el bienestar del hogar con el exiguo salario de un marido profesor. Beth: la dulzura conciliadora, gran pianista y cuyo espíritu altruista la hace sucumbir trágicamente. Sus desvelos por ayudar una familia pobre cuyo hijo tiene escarlatina se contagia y muere. Por último Amy: voluntarista y hábil en sus manipulaciones; muy mujer a su manera, termina casada con un “buen partido”. El happy end muy a la Hollywood deja demasiadas preguntas abiertas y el libro tampoco ofrece muchas respuestas.
¿Cómo y qué mecanismos se tendrían que articular para llegar a constituir un rol de género que garantice una real posibilidad de desarrollo tanto personal, económico como social y al mismo tiempo haga feliz a la mujer? Muchas mujeres a lo largo de la historia han logrado igualar sus derechos y posiciones laborales a las de un hombre, pero el precio que han pagado ha sido muchas veces demasiado alto en relación a los beneficios y derechos obtenidos. Además los beneficios y derechos no necesariamente fueron heredados por las generaciones venideras. Algunas de las constantes que ha tenido que enfrentar el desarrollo de los roles de género ha sido la violencia (Hypatía de Alejandría/Yπατία;*355 – † 415 o 416, Alejandría); la soledad y la discriminación (Gabriela Mistral, *1889 Vicuña – †1957 Hempstead/New York); la postergación en el reconocimiento de su aporte intelectual (Hannah Arendt, *1906 Linden/Hannover -†1975 New York) e.o. Esto ha sido recurrente, y no sólo a nivel de género y sigue siendo una constante en la actualidad.
Las identidades de género están sin duda determinados por los principios e intereses establecidos desde el patriarcado, pero éstos no tendrían una continuidad si no estuviesen sustentados por el matriarcado. Lo que fue uso y costumbre en época ancestral y posteriormente sancionado en una norma jurídica, sin duda ha potenciado y avalado la desigualdad, y no solo ante la ley, sino que ha derivado en el hecho que la mujer se haya ido generado y degenerado en sus roles. Pero al parecer, la esencia última del género, sigue siendo orgánica: procrear. ¿Significa esto que las que no pudimos tener hijos somos menos mujeres? En la determinación de identidad de una mujer contemporánea los roles de madre y esposa ya no son determinaciones, sino opciones. El mayor desafío del derecho civil en las diversas legislaciones es darle un espacio a la mujer como persona natural y jurídica en igualdad de condiciones que al hombre. Además, crear las condiciones para que el ámbito del espacio público en el cual se deba mover, no sea discriminador ni agresivo, si su identidad de género no se define ni como madre ni esposa. Para ello deben contribuir las mismas mujeres desde sus propias opciones personales y sus reales posibilidades de desarrollo, evitando ambivalencias y dobles estándares. No hay un rol mejor que otro, sino la satisfacción de sentirse plena y desarrollada en el elegido. Las democracias occidentales y el estado de derecho posibilitan que los roles de género ya no sean impuestos ni social ni jurídicamente, pero sin duda siguen estando determinados y orientados por el origen. Faltan modelos auténticos y una adecuada formación para poder acceder a la propia autodeterminación en el rol de género a escoger. Hay falta de educación tanto formal como informal al respecto. La idea no es reactualizar ni las Escuelas Normales de Preceptoras, ni volver a integrar economía doméstica en los planes y programas de colegio, tampoco activar un feminismo militantemente agresivo, sino crear instancias a nivel institucional que ayuden y aporten a la autodeterminación de la mujer en su rol para una nueva era con otras exigencias y prioridades. No puede ser que los roles de género se sigan asumiendo en pleno siglo XXI desde las categorías ofrecidas y/o impuestas por madres, profesoras, modelos, cantantes de moda, o por las intelectuales y/o políticas que mas ruido hace en un determinado momento. Recuerden lo que trágicamente nos cantó Gabriela Mistral: “Todas ibamos a ser reinas…”. Miren y admiren la foto de entrega del Premio Nobel por parte del Rey Carlos Gustavo de Suecia en 1945: Lucila Godoy Alcayaga llegó a ser reina…¡a pesar de todo y todos!